Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

sábado, 27 de febrero de 2010

QUÉ DE RECUERDOS...



Mi amigo J*** me ha enviado vía e-mail un enlace a un vídeo correspondiente a una escena de una película que hace mucho pero que mucho tiempo que no veía. Como por arte de magia, y sin magdalena mediante, me he acordado de otra hilarante escena de la misma película. ¡Qué de recuerdos!

Gracias a P***, pues fue él quien se lo hizo llegar vía Facebook.



"La Dama Veloz" ("The Fast Lady", Ken Annakin, 1962)


De Ken Annakin tenía que ser, cómo no...

SÁBADO MUSICAL: THE SHADOW OF YOUR SMILE, GEORGE BENSON




The Shadow of Your Smile, George Benson

sábado, 20 de febrero de 2010

SÁBADO MUSICAL: CONCIERTO PARA PIANO Nº 5 DE BEETHOVEN



Bösendorfer







Concierto para piano número 5 en mi bemol mayor opus 73, "Emperador",
de Ludwig van Beethoven
Amir Katz, piano; Jerusalem Symphony Orchestra, dirigida por Jerucham Sherovsky





“Típica de la Filarmónica de Viena fue la respuesta de un profesor de la misma a un amigo que había preguntado qué dirigiría aquella tarde el director invitado: `No sé lo que dirige él. Nosotros tocamos la Pastoral´”.

Norman Lebrecht, "El mito del maestro"




"El desfilar con cristalinas arañas suspendidas sobre mi cabeza nunca ha constituido el paradigma de aquello que me quita el sueño. Mi carencia de fobia alguna hacia esos repelentes insectos, simpática aversión llena de satisfecha humanidad por otro lado, curiosamente no impide, no obstante, que bajo el fulgor de sus homónimos congéneres un respingo traidor me sobresalte. Ya se sabe que aquello que menos tememos es precisamente lo que con más profundidad nos afecta. Quizás por no encontrarnos advertidos por el sempiterno pálpito que de otro modo nos asaltaría a su sola presencia o gracias a su mera mención.


Por lo tanto me introduje en el amplio recibidor del teatro, cruzando entre engalanados porteros, y pasé justo por debajo de la diamantina lámpara. Fulgurante toda ella, como si muy en el fondo de su vítrea constitución albergara la consciencia suficiente como para percatarse del acto. ¡Ah!, se entremezclaban en mi modesta persona la convicción de quienes vencen sus más nimios temores, y la condición de pobre iluso personificador de cuanto objeto inmaterial cae bajo su atención. Una agitada mezcla: la de la resolución inherente a la primera y el sentimiento de inferioridad propio de la segunda.


Mas allí flotaba mi salvavidas para tanta zozobra. Mi esposa, mi amantísima cónyuge, quien prontamente me devolvió a la realidad. Un largo matrimonio; tómese el adjetivo con cierta salvedad, aquella a la que presta fundamento la percepción de la existencia que caracteriza a seres enfrentados a prolongados encierros o confinamientos, tales como náufragos y presos. Sí, nuestro largo matrimonio me había enseñado, con insistencia rayana en la barroca perversión, el significado completo de toda una serie de gestos que en nuestro cumplimentado noviazgo jamás llegué a atisbar, bien por personal miopía o por ajena astucia. La propia de mi querida mujer, se entiende. Un hecho más digno de pública aclamación si cabe en tanto que el arsenal desplegado rivalizaba en número con los métodos de la no menos santa Inquisición.


Por eso cuando aquel apretón, todo uñas, se cebó en mi indefenso antebrazo, arrugando sólo levísimamente la manga del esmoquin, con aquella eficiencia hija de la larga práctica, y es que tiempo para ello había poseído más que suficiente, no dudé ni por un segundo de cuál era mi posición y cuál la suya. Todas, ella contaba con todas en su haber.


Nos introdujimos con paso marcial, prendida agudamente de mi brazo ella, en una platea atestada de enjaezados cuellos. Era tal la profusión de brillantes reflejos que a buen seguro muchos de los asistentes precisarían acudir al oftalmólogo a la conclusión del concierto, bien a causa de la envidia o por ceguera a sólo ellos debida. Y pensar que en muchos casos aquellas múltiples vueltas de perlas, por supuesto legítimas, sólo parecerían obrar como precisos sostenes para unos cuellos hipertrofiados a base de la superposición continua y sin fin aparente de una suma de rollos y rollos de acumulaciones adiposas que pugnarían de otra forma por inclinar burlescamente las cabezas en antiestéticas poses nada elegantes. Tras diagnóstico propio de mi condición de cirujano especializado, mera deformación profesional, asumí mi deber de marido y acompañé a mi querida mujer a las butacas reservadas. En poco tiempo se iniciaría el concierto y mi melomanía me empujaba a paladear el programa con tranquilidad y parsimonia, encontrándose fuera de lugar las agudas ironías.


Y qué fastuoso programa. En unos minutos, escasos en conjunto e interminables uno a uno, Gennadi Zinoviev deleitaría a la concurrencia con su pianística interpretación del concierto para piano número cinco de Beethoven, “El Emperador”; y después, después Grieg y su concierto para igual instrumento.


Ya ansiaba oír el deslizar de las teclas en una especie de levitar que el maestro dominaba a la perfección. ¡Ah, el adagio vivificante! Menos mal que mientras sonara la melodía mis ojos permanecerían cerrados, transportado a otro mundo.


Se iniciaron las primeras notas y salvo una leve tosecilla, algo intensa, ciertamente molesta, tal vez un principio de bronquitis, a la distancia a la que me encontraba no podría jurarlo con precisión, nada alteraba la audición. Al menos mi pareja se mantenía agradablemente silenciosa.


Qué forma de fluir las notas. Emanaban del instrumento, claras e impolutas, en la compañía casi no sentida de los acordes orquestales, percibidos en los momentos adecuados. Pasaron los pasajes en que el tremolar de las albinegras teclas se asemejaba a un goteo de las notas más líquidamente bajas, un fluido inaprensible y material al mismo tiempo; atrás quedaron los violines como contrapunto; los instrumentos de viento hicieron compañía al piano, y todos ellos compusieron un ambiente único e irrepetible.


Tan relajado me sentía que estiré los dedos a lo largo de los posabrazos del asiento, recostado en mi personal obscuridad voluntaria. Lejos de mí, como en el caso de los decimonónicos catedráticos, no el discurrir sino mi buena mujer, los espectadores que se removían en las butacas adyacentes, mis pacientes con sus quejas,...; en una palabra, la totalidad de mis preocupaciones. Lejos, muy lejos...


Dio inicio el segundo movimiento. Naciente adagio llevado en volandas por los violines, desbrozando el camino con sus tareas preparatorias para el próximo piano, cuyo irrumpir, lejos de ser brusco, agradeció el esfuerzo de las cuerdas, amoldándose a tales predecesores con un campanilleo acuático, una vez detenido el motivo central, y reanudado con repetición de nuevo a modo de sacra presentación.


Mientras, yo permanecía con los dedos yaciendo en el sillón, justo hasta que comenzaron a moverse al son marcado por la melodía. Arrastrados en volandas por los enérgicos acordes, se deslizaban ante mí a semejanza de unos miembros dotados de voluntad intrínseca, ajenos por completo a los mandatos de mi cautivado cerebro. ¡Cómo gustaba de esos momentos, casi, casi los envidiaba en el fondo! Seguían desplazándose gráciles y sutiles, como si parecieran hacerlo por una superficie poco firme, carente de resistencia opositora, una superficie que a todas luces no se sustanciaba en el aire existente a mi frente. Temeroso de encontrarme importunando innecesariamente a mi vecino de butaca, llevado por la embriaguez musical, alcé los párpados sobresaltado.


Justo cuando yo atacaba la mitad del tercer movimiento. Porque delante de mí se abrían las fauces marfileñas de un relucientemente negro Bösendorfer, piano por cuyo teclado se deslizaban mis manos con precisión nunca soñada por mi fallecida tiempo ha profesora de música. Levanté los ojos y observé cómo me sonreía, no menos que el instrumento, el satisfecho director de orquesta, enfundado como yo en un elegante frac, quien batuta en mano orientaba a los músicos en su interpretación. Para él, dirigirme a mí, al maestro Zinoviev, constituía el mayor honor; para ellos, el acompañarme no carecía de menos valor.


Llevado por una confianza nunca antes entrevista siquiera, dirigí la mirada de forma discreta, llena de disimulo, hacia el colmado patio de butacas; lo justo para alcanzar a contemplar la cara de honda sorpresa de un médico al que acompañaba, era evidente que de forma desagradablemente indeseada, su encantadora esposa. Si no sonreí con mi característica ironía fue porque en un virtuoso de mi categoría no estaría bien vista semejante pose, y porque además debía empezar a pensar en mi próximo concierto: en Berlín, creo".



"Intercambios".

martes, 16 de febrero de 2010

ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XXXIV): LA REPETICIÓN DE UNA IMAGEN AD INFINITUM

"Ciudadano Kane" ("Citizen Kane", Orson Welles, 1941)



Yo que sentí el horror de los espejos

No sólo ante el cristal impenetrable

Donde acaba y empieza, inhabitable,

un imposible espacio de reflejos



Sino ante el agua especular que imita

El otro azul en su profundo cielo

Que a veces raya el ilusorio vuelo

Del ave inversa o que un temblor agita



Y ante la superficie silenciosa

Del ébano sutil cuya tersura

Repite como un sueño la blancura

De un vago mármol o una vaga rosa,



Hoy, al cabo de tantos y perplejos

Años de errar bajo la varia luna,

Me pregunto qué azar de la fortuna

Hizo que yo temiera los espejos.



Espejos de metal, enmascarado

Espejo de caoba que en la bruma

De su rojo crepúsculo disfuma

Ese rostro que mira y es mirado,



Infinitos los veo, elementales

Ejecutores de un antiguo pacto,

Multiplicar el mundo como el acto

Generativo, insomnes y fatales.



Prolongan este vano mundo incierto

En su vertiginosa telaraña;

A veces en la tarde los empaña

El hálito de un hombre que no ha muerto.



Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

Paredes de la alcoba hay un espejo,

Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

Que arma en el alba un sigiloso teatro.



Todo acontece y nada se recuerda

En esos gabinetes cristalinos

Donde, como fantásticos rabinos,

Leemos los libros de derecha a izquierda.



Claudio, rey de una tarde, rey soñado,

No sintió que era un sueño hasta aquel día

En que un actor mimó su felonía

Con arte silencioso, en un tablado.



Que haya sueños es raro, que haya espejos,

Que el usual y gastado repertorio

De cada día incluya el ilusorio

Orbe profundo que urden los reflejos.



Dios (he dado en pensar) pone un empeño

En toda esa inasible arquitectura

Que edifica la luz con la tersura

Del cristal y la sombra con el sueño.



Dios ha creado las noches que se arman

De sueños y las formas del espejo

Para que el hombre sienta que es reflejo

Y vanidad. Por eso nos alarman.


"Los espejos", Jorge Luis Borges


Uno de los autores, curiosamente, que más gusta al señor Pond.

Aprovecho la ocasión para invitarles a visitar el monográfico dedicado a los espejos que elaboró (!)Hombre Perplejo en su blog.

domingo, 14 de febrero de 2010

CONTRIBUCIÓN "AL DÍA" A CARGO DE SACHA




"Con faldas y a lo loco" ("Some like it hot", Billy Wilder, 1959)



Siempre diré que este ruso y loco barista posee un sentido muy peculiar del humor.

sábado, 13 de febrero de 2010

SÁBADO MUSICAL: "LUX AETERNA"

A D***.





"Lux Aeterna", György Ligeti



A modo de propina, aunque temo que me repito, "Lux Aeterna" de Clint Mansell, de la B.S.O. de "Réquiem por un sueño" ("Requiem for a dream", Darren Aronofsky, 2000).




miércoles, 10 de febrero de 2010

ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XXXIII): "LA VIDA DE BRIAN"

La Vida de Brian” (“Monty Phyton´s The Life of Brian", Terry Jones, 1979)


Ver escena.


VICTOR MCLAGLEN LUCHA Y LUCHA Y LUCHA

Victor McLaglen y John Ford




"La Legión Invencible" ("She Wore A Yellow Ribbon", John Ford, 1949)

"-Quedas arrestado, Quincannon.

-¿Por orden de quién?

-Por orden del capitán Brittles. ¿Vas a venir pacíficamente?

-Hijo... yo no he ido pacíficamente a ningún sitio en toda mi vida".

Diálogo entre el sargento Hochbauer (Michael Dugan) y el sargento mayor Quincannon (Victor McLaglen) en "La Legión Invencible" ("She Wore a Yellow Ribbon", John Ford, 1949).





"Gunga Din" (George Stevens, 1939)



... y se me viene a la cabeza el homenaje de Blake Edwards a esta última película.

martes, 9 de febrero de 2010

ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XXXII): EL VASO DE LECHE-BOMBILLA

Cary Grant y Joan Fontaine "Sospecha" ("Suspicion", Alfred Hitchcock, 1941)



François Truffaut: -Cuando Cary Grant sube la escalera, está muy bien.
Alfred Hitchcock: -Hice poner una luz en el vaso de leche.
F.T.: -¿Un proyector dirigido hacia la lehe?
A.H.: - No, dentro de la leche, dentro del vaso. Porque era necesario que fuera sumamente luminoso. Cary Grant sube la escalera y era preciso que no se mirara más que a ese vaso.
F.T.: -Estaba muy bien, realmente.


"El cine según Hitchcock", François Truffaut

lunes, 8 de febrero de 2010

A LA SALUD DEL SEÑOR POND

Esta mañana el señor Pond entró en "El Loro Azul" luciendo una de esas sonrisas que se ensanchan desde el lóbulo de la oreja derecha hasta el de la izquierda, o viceversa. Esa clase de sonrisa que desarma al más alicaído. Razones no le faltaban para mostrarse tan exultante. Para él hoy es un día muy pero que muy especial. Precisamente por esa razón, Sacha, sabio barista donde los haya, aunque su carácter eslavo le lleve en ocasiones a mostrarse un tanto enérgico (por emplear una palabra suave, y basta recordar la anécdota de la sal), en lugar del habitual café con leche le preparó, con no poco mimo, a modo de regalo, un excelente "dry martini".




“[...] -Lo voy a preparar al gusto de don Luis Buñuel, si no muestran inconveniente.
Ni el uno ni el otro se opusieron a la elección de la receta.
-Él siempre lo bebía utilizando para su elaboración ginebra Giró, y por supuesto que no faltara el Noilly Prat. Le gustaba lo muy francés y no habrá necesidad de que les explique que además este vermut liga muy bien puesto que es extremadamente seco.
Echó un vistazo al cuenco con hielo y sonrió.
-En Chicote nos ocupábamos de que se encontrara bien frío, justo a cero grados centígrados, para que de esa forma no se derritiera al entrar en contacto con el vaso mezclador. Me temo que el inesperado derretido del hielo ha aguado más de un cóctel y de una reputación. Sin ir más lejos el propio don Luis, quien era un asiduo visitante del local, aunque lo hiciera más bien en la hora previa al almuerzo, en cierta ocasión se marchó de él sin saludar siquiera. Mucho nos temimos entonces que algo en la elaboración no había estado a la altura de su estricto gusto.
Remojó levemente los hielos con el vermut en el vaso mezclador y escurrió por completo el líquido. Sólo guardarían el aroma a Noilly Prat, aunque a Pepe a juzgar por su cara de desagrado no le parecía muy canónico semejante desperdicio se abstuvo de emitir protesta alguna en tal sentido. Después Dionisio vertió un chorro de la ginebra catalana.
-En cuanto a las proporciones esto es algo que depende del gusto personal del cliente. Don Luis aceptaba que se utilizara el vermut únicamente para aromatizar el hielo. »Otro gran aficionado a este cóctel, Winston Churchill, iba un paso más lejos y sólo permitía que el vermut, muy seco por supuesto, entrara en contacto con la ginebra de una forma un tanto peculiar: por medio de los rayos de sol que incidían sobre el vaso mezclador una vez que hubieran atravesado la botella de vermut. »En cambio Hemingway hizo que el protagonista de uno de sus relatos bebiera en el Harry´s Bar veneciano un dry martini preparado acorde con lo que él daba en denominar el “estilo Monty”: una parte de vermut y quince de ginebra. Ese apelativo, según explicaba este escritor, provenía del propio mariscal inglés Montgomery, “Monty”, de quien se contaba que jamás entraba en combate a no ser que sus fuerzas estuvieran en relación de quince a uno con las de su enemigo, y mire usted él derrotó en El Alamein al invencible Afrika Korps, con el general Rommel a su frente. »Nadie se atreverá a considerar a Ernest como un mero aficionado pues por todos es sabida la anécdota lindante con la leyenda acerca de la forma en que liberó el bar del Hotel Ritz de París, subfusil Sten en mano. Lo que sí resulta más creíble es el hecho de que para celebrarlo ordenara que se prepararan setenta y tres dry martinis, de los cuales dieron buena cuenta tanto él como los partisanos que le acompañaban. Aunque dudo de que el reparto de los combinados fuera en exceso equitativo dada su probada fama de gran bebedor.
Qué estremecimiento recorrió mi lomo al oír de nuevo aquel nombre: mi dama de compañía, el barman Pierre, el conserje Jean Paul, las veladas en el Bar Hemingway y aquel olor del Habana Club Reserva...
Dionisio no había dejado de trabajar mientras hablaba, al tiempo inmerso en la liturgia de la elaboración del cóctel. A las claras se percibía su gran experiencia y profesionalidad, máxime por los toques que dio por medio de la cucharilla para agitar, nada de remover, la mezcla.
-Agitado, no removido -no pudo evitar comentar Pepe por lo bajo.
-Exactamente caballero, “shaked, not stirred”. Ian Fleming sabía muy bien cómo preparar un buen dry martini. Lo que ya resulta mucho más dificultoso es saber el número exacto de toques: tres, cuatro, cinco,..., es cosa de pura intuición.
Cuando se sintió satisfecho del resultado obtenido fue vertiendo el contenido en las copas con sumo cuidado, el colador colocado en la boca del vaso mezclador detenía el deseo del hielo de acompañar en su caída al maravilloso néctar. Resultaba imponente el asistir a la exquisitez con la que procedía, con la prestancia que le daba su traje, la mano izquierda a la espalda y la ligereza con la que inclinaba el vaso mezclador para verter la parte justa en cada una de las copas, sin que durante el trasvase se derramara ni una sola gota.
-Y ahora las aceitunas -dijo mientras se ocupaba de depositar una aceituna clavada en un mondadientes en cada una de las copas-. Existe gente que también pone trocitos de corteza de limón o que en su defecto añade un poquito de zumo pero como se cuenta que una vez replicó indignado un cliente a un barman que le había propuesto amablemente agregar una simple gota de limón: “¡Oiga!, no le he pedido una limonada”.
Las copas y su casi transparente contenido brillaban bajo los halógenos.
[...]”.


"El Barman Peripatético".


Feliz cumpleaños, viejo amigo del calibre .38 special.


"Qué bello es vivir" ("It´s a wonderful life", Frank Capra, 1946)
Aunque sea una canción dedicada a los amigos que ya no están entre nosotros considero que desprende la emoción que nos rodea a cuantos atendemos a la selecta clientela de este cafetín cinéfilo en una jornada tan especial

sábado, 6 de febrero de 2010

SÁBADO MUSICAL: "TAKE THE `A´ TRAIN"

Take the `A´ Train” por Duke Ellington



Take the `A´ Train” por Michel Petrucciani



“Como comprenderán a lo largo de la vida de cualquier bar muchos son los camareros que desfilan tras la barra. Cuantos más años permanezca abierto el establecimiento mayor será su número. Los habrá de todos los tipos: hombres y mujeres, mayores y con menos edad, simpáticos y taciturnos, torpes y desenvueltos. Pero pueden tener por seguro que del primero al último, sin excepción, dejan tras de sí un algo de sus propias vidas impregnando las paredes y desde luego el recuerdo de los clientes más habituales. Quiero ahora hablarles de una camarera. Una más de las que sirvió consumiciones a los sedientos que se acercaban al Gino´s. No era mejor ni peor que cualquiera de los otros. Simplemente la he tomado como ejemplo y modelo de los predecesores, y naturalmente de los que la sucedieron en su labor. Se llamaba Nuria”.

“Empleados, soles y gasolina”.

lunes, 1 de febrero de 2010

ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XXXI): DONALD O´CONNOR Y MARILYN MONROE


Donald O´Connor y Marilyn Monroe


Fe de erratas (08/02/10): por un error convertimos a Donald O´Connor en Tim Donahue, un error que no detectamos pero que ya se encuentra resuelto gracias a Landi y Blas.