Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

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lunes, 6 de julio de 2009

UN TABLÓN CON VISTAS


[En el capítulo anterior los prisioneros malviven lo que les resta de existencia. Les han trasladado al Deméter, en cuya cubierta permanecen maniatados, a la espera del final que los filibusteros les tienen preparado. El tablón que han clavado en una de las bordas no permite albergar muchas dudas acerca de su naturaleza].


Dibujo de Howard Pyle

[Música de acompañamiento].


Oscurece.


Una fina llovizna comienza a caer sobre cubierta.


Para conjurar las nacientes tinieblas nuestros captores encienden unos fanales que iluminan la cubierta por medio de una luz verdosa y espectral.


Cuentan algunos marineros que cuando te encuentras a punto de ahogarte, cuando tus pulmones ávidos del oxígeno vital tratan incluso de arrancarlo del agua que te rodea, recibes la visita de una mujer de vaporosas vestiduras, y que por entre los mechones de su aleteante cabellera podrás entrever unos ojos profundamente verdes, de un verde más refulgente que el de las esmeraldas.


Esa es la señal de que tu fin se aproxima.


Una vaharada a grasa de cerdo penetra en mis fosas nasales. Ante mí distingo unas toscas botas: el contramaestre.


Su contrariado aspecto denota que el botín es mucho más exiguo de lo que esperaba. Una parte y media de nada, lo que le corresponde en buena ley, no es mucho para compensar los riesgos inherentes al saqueo. Como ecónomo del buque sabe bien que no resulta un negocio rentable el asaltar navíos para no obtener recompensa alguna.


A un ladrido suyo dos de entre ellos levantan en vilo al señor Pond, las manos reciamente atadas, arrastrándole por fuerza hasta el tosco mirador. El pobre hombre se tambalea un segundo, inestable, a punto se encuentra de perder el equilibrio. Mas todavía es demasiado pronto, no ha comenzado la diversión.


Uno de los filibusteros, más osado que sus compañeros, le pincha levemente el costado con la punta de su sable. A decir verdad esa precaución resulta innecesaria, ya de su brazo herido mana un riachuelo rojizo que termina por desembocar sobre la crispada superficie del océano.


Él será el primero…


Entonces, como si hubiera sacado fuerzas de lo más profundo de su pecho el señor Pond profiere un grito, un alarido, el epitafio a inscribir sobre su mausoleo de espuma:


-¡¡¡Código de Galibor!!!


Al oír estas tres simples palabras los filibusteros enmudecen. Un pistoletazo hiende la lluvia, la luz verdosa, las risotadas…; le sigue una voz gutural propia del rodar de la mar al retirarse sobre una playa repleta de guijarros.


-¡¡Quién osa invocar el código?? ¡¡Qué hijo de inmunda perra se atreve en mi presencia a mencionar el Código??


Al punto palidecen los filibusteros, bañados en el más genuino terror. Algunos se echan a un lado para formar un corredor y, allí, a través del hueco formado, surge la imponente figura del capitán Van der Dertien.


Había escuchado muchas historias acerca del vesánico pirata, mas aun y así nada de cuanto había oído relatar me había preparado para la visión que mis ojos estaban contemplando.


Bajo la fina llovizna se erige un hombretón descomunal. Su altura bien puede alcanzar los siete pies , tremenda estatura que difícilmente cubre una raída casaca de capitán de la Marina de Su Graciosa Majestad. En la pechera del uniforme un costurón toscamente remendado, bordeado por un mancha negruzca, restos de pólvora sin duda, proporciona una idea bastante aproximada acerca de cuál había sido el destino de su anterior propietario. Cruzadas sobre el ancho pecho dos cananas de cuero en las que descansan bien sujetos seis pistolones, el séptimo, aún humeante, lo aferra con su nudosa mano derecha: exactamente uno menos que el legendario capitán Morgan.


A medida que los escalofríos me recorren voy elevando la vista hasta que puedo contemplar su rostro. Jamás lo olvidaré…

Si a un demonio enfurecido le fuera dado el tomar la imagen de un hombre a buen seguro que su expresión habría sido mucho más pacífica.


Los ojos inyectados en sangre. Su faz arrugada por la ira más indómita. La boca una cuchillada sanguinolenta. La cabeza, completamente rapada, tocada con un tricornio ladeado. El capitán Harmen Van der Dertien “el Javanés”.


Se acerca muy lentamente, paso a paso, la mirada fija en el señor Pond, como una serpiente que se aproximara reptando, presta a lanzar su ataque mortal. Y cuando ya se encuentra junto a la borda, a un paso del desdichado, le susurra:


-¿...Quién osa invocar el código?


Miro al señor Pond quien, a pesar de la súbita aparición, permanece firme, cimbreándose sobre la tabla, soportando la sibilante mirada.


-Yo...

El filibustero aguarda inmóvil durante unos segundos, como si sopesara la situación hasta en sus más mínimos detalles. Acaso se encuentre ante un loco, o bien, quizás, aquel prisionero sea demasiado consciente de que no importa cuanto haga o diga pues al fin y al cabo su fin ya está más que decidido y determinado.


-¿Tú?


-Sí, ¡yo!


La determinación del señor Pond logra modificar el talante del capitán. Al menos las arrugas desaparecen y el tajazo rojizo que hasta entonces formaban sus labios prietos se tuerce para adoptar las formas de una sonrisa despiadada.


-¿...Y con qué derecho lo invocas?


El señor Pond prosigue manteniendo la mirada, sin temblar apenas, sólo me parece percibir un leve movimiento en sus manos.


-Con éste…


Tres tintineos. Uno tras otro.


-Tres cabos. Tres aretes. Tres historias. Tres vidas…


Un rumor a oleaje recorre la cubierta. El capitán remueve su cabeza y el arete que cuelga en su oreja derecha brilla bajo la luz verdosa procedente de los fanales. Su rostro, antes cárdeno, palidece. Se diría que una mano invisible lo fuera cubriendo con un sudario.


El señor Pond prosigue su letanía…


-… Cabo de Hornos, Cabo de Buena Esperanza, Cabo Darwin,… Tres cabos. Tres aretes… El Código de Galibor.


Las ranuras que se abren bajo las espesas cejas de Van der Dertien se ensanchan, sus ojos se agrandan, sus pupilas se achatan hasta no ser más grandes que cabezas de alfiler.


Entre los marinos que recorren los siete mares existe una hermandad más antigua y más firme que cualquier otra. La componen aquellos de entre ellos que habían logrado vencer la empresa de doblar al menos uno de los tres grandes cabos. Mas dentro de esa hermandad existen escalafones y, en el más alto de todos, en la cúspide, se encuentran los que habían dominado el triplete.



A los pies del señor Pond, sobre el tablón, brillando sobre aquel cadalso, reposan tres aretes dorados, tintos de sangre, que prueban su pertenencia a ese reducido grupo de indomables.


Un goteo rojizo cae, rítimicamente, al lado de las joyas, tras descender por el cuello y el pecho del desdichado, dibujando un charco que se escurre hasta el borde y desde allí al océano…


El capitán le gira la cabeza de izquierda a derecha con un ademán contundente y retira su mano, ahora ensangrentada.


El capitán Van Der Dertien, ajeno al revuelo orquestado por su tripulación, fija de nuevo sus ojos en los del señor Pond. Algún cambio ha sufrido su rostro. Donde antes sólo se percibía un espíritu endemoniado ahora brilla cierta luz, muy tenue. Muy lentamente pronuncia una frase, más bien la susurra:

-A medida que pasan los años... las bordas se pueblan de fantasmas...

Después, elevando su vozarrón lo suficiente como para que se oyera desde todos los rincones del barco prosigue:

-¡Sea!

2 comentarios:

BLAS dijo...

Hola Dexter.

Que me has dejado aquí bailando en el tablón con el Sr. Pond, esperando la continuación del relato, espero que sea pronto, porque me he quedado con las lentillas pegadas al monitor. Este relato que estás construyendo atrapa una barbaridad, amén de estar estupendamente escrito, ya que por mi parte encuentro extremadamente complicado introducir los términos precisos en estos relatos de contexto marítimo, mas aún si cabe, si encima son de época. No me dejes mucho tiempo con la intriga y continua escribiendo, que tengo vértigo aquí en el tablón con tanto movimiento y las olas rompiendo debajo.

Saludos!

G. K. Dexter dijo...

Blas.

Por mi parte no exagero ni un ápice si te confieso que también espero ver cómo prosigue pues a fuer de sincero debo declarar que no sé nadar, y que sólo pensar en el tacto cartilaginoso de los "pececitos" que deben estar acudiendo al reclamo de la sangre basta para provocarme una mayúscula desazón.

Mas confío en el buen hacer y en el mejor saber de alguien que puede lucir con orgullo los tres aretes.

... Y Sacha, ese loco ruso, también.


Un saludo cinéfilo.

P.D.: gracias ;)