Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

viernes, 31 de julio de 2009

ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XIII): EL CONDE OTTO VON DROSTE SCHATTENBURG





Schlemmer (Hans Lothar), C. R. MacNamara (James Cagney), el "conde" Otto von Droste Schattenburg (Horst Bucholz) y Scarlett (Pamela Tiffin).
"Un, Dos, Tres" ("One, Two, Three", Billy Wilder, 1961)



Otto: -¿No llevo siendo capitalista más que tres horas y ya le debo a usted diez mil dólares?
Mr. MacNamara: -Por eso va bien nuestro sistema. Todo el mundo le debe algo a alguien.

miércoles, 29 de julio de 2009

MIS ESCASOS BIENES A CAMBIO DE UNA ESPADA, ... AUNQUE SÓLO SEA DE MADERA




Mientras mi "alter ego" de ficción, el capitán G. K. Dexter, se oxigenaba mediante la práctica del arte de la esgrima a sable a bordo de la cubierta de "El Loro Azul", quien esto escribe, individuo más dado al sedentarismo e inclinado a la mera contemplación de los esfuerzos ajenos, disfrutó como "un auténtico, genuino y verdadero enano" (disculpen el exceso de adjetivación, sólo debida a la emoción que me embargó mientras permanecía arrellanado en el sillón) por medio del visionado de las gráciles evoluciones de un socarrón Douglas Fairbanks encarnando al legendario Zorro (en español en el original; cómo me gusta esta expresión, aunque no sepa muy bien la razón).




El capitán Don Juan Ramón y el Zorro dirimen educadamente cual dos caballeros unas pequeñas desavenencias


Pues sí, hace nada que acabo de zamparme (el término saborear estaría de más en este contexto, máxime en relación a esta película) "La Marca del Zorro" ("The Mark of Zorro", Fred Niblo, 1920), una versión de la historia de este legendario justiciero rodada "ad maiorem gloriam Dougie". Si el cine es escapismo y capacidad de convertir en real lo irreal aquí encontrarán no una buena prueba de ello sino muchas.


Ya bien entrado en la treintena Fairbanks nos deleita, entre risotadas mudas y fanfarronerías sin cuento, con un despliegue de acrobacias (rodadas por él mismo, sin precisar la presencia de especialistas) cuya resolución se nos antoja tan sumamente fácil que no pocos trataremos de emularle aprovechando, por tenerlo a mano, el mobiliario de nuestro salón (práctica del todo punto desaconsejable si los elementos son de diseño nórdico al por mayor), aunque sólo para percatarnos (posiblemente de forma asaz dolorosa) de que los años no perdonan a casi nadie (individuos con complejo de Dorian Gray incluidos) y que, además, las reservas de paciencia de las que se encuentran dotados los vecinos no son ni de lejos tan amplias como su flemático comportamiento en el ascensor hacía suponer.


Así que a la espera de encontrar tanto un buen "hierro" con el que practicar las paradas ordinales como un entorno más resistente y amigable les sugiero que se limiten a visionarla plácidamente, y, como mucho, a recordar la época en la que a su término cogerían cualquier antifaz de carnaval, un sombrero de paja y, blandiendo un palo a modo de estoque, se lanzarían a deshacer entuertos por esos mundos de fantasía que pueblan la infancia.





"La Marca del Zorro" ("The Mark of Zorro", Fred Niblo, 1920)


domingo, 26 de julio de 2009

CONVERSACIONES EN UNA ESCALERA





De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Karen Richards (Celeste Holm), Bill Sampson (Garry Merrill), Addison de Witt (George Sanders) Max Fabian (Gregory Ratoff), Eve Harrington (Anne Baxter) y Mrs. Caswell (Marilyn Monroe).
"Eva al Desnudo" ("All about Eve", Joseph Leo Mankiewicz, 1950)


Esas conversaciones mantenidas en un lugar tan propicio para el establecimiento sutil de una jerarquía entre los que charlan, bien fuera en la escena de una película o en la así llamada vida real, aunque en este último caso el secreto de los diálogos sea guardado celosamente por los afortunados partícipes.

Y pensar que siempre había considerado, al parecer de una manera deliciosamente errada, que la única utilidad de las escaleras era a lo más la de permitir trasladarse de un piso a otro, ascendiendo o descendiendo, en este último caso con más o menos estilo.

Qué craso error.


Addison de Witt: -Todos tenemos anormalidades en común. Los del teatro somos una raza aparte del resto de la humanidad. Somos personalidades desplazadas.
Bill Sampson: -No hace falta que lea su columna mañana, Eva. Ya la has oído. [Pausa]. No estoy de acuerdo, Addison.
Addison: -Esa es precisamente tu anormalidad particular.
Bill: -Reconozco que hay algo de estrambótico en el teatro. Se destaca en anuncios luminosos y toques de trompeta. Pero no es básico, no es corriente. Si lo fuera el teatro tendría que morir.


Un magníficamente cínico y sarcástico George Sanders, una vez más.


NOTA ADICIONAL.
Acompañamiento musical: la Marcha de Pompa y Circunstancia nº 1 opus 39 de Edward Elgar. Me permito sugerirles que presten una especial atención a partir del punto 1´ 50´´. It´s so british!

ENTREVISTA AL DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA JAVIER AGUIRRESAROBE EN "BABELIA"



Ya les he hablado varias veces acerca de mi relación dominical con El País, por lo que no necesitaré retomar el tema acerca de cuáles son mis costumbres de los domingos por la mañana. A esta saludable práctica, al menos para mí así lo es, hay que añadir otra más: disfrutar de sendos cafés mientras leo el suplemento cultural de los sábados, el Babelia. No pocas veces, hoy mismo, sin ir más lejos, constituye la razón fundamental para abandonar el hogar e internarme bajo el sol hacia el establecimiento en el que puedo disfrutar de ambos placeres de forma simultánea.

Lo de disponer de un cafetín virtual resulta muy placentero mas temo que por su propio carácter, nada tangible, aún no logra suplir a sus homólogos de ladrillo y cristal. Al menos no hasta que no te puedan hacer llegar los cafés y las cañitas (pero bien frías, ¡eh!) a través de la banda ancha.

Dicho lo anterior, y a la espera de que los expertos subsanen esa pequeña desventaja, proseguiré leyendo la prensa escrita (como "emigrante digital" que me considero) y bebiendo el café en taza, sentado ante una barra en un taburete de madera.

Pues hete aquí que ayer mismo, sábado, día 25 de julio, el suplemento Babelia publicó una entrevista al director de fotografía Javier Aguirresarobe. Una vez leída, y como fuera que desconocía quién era una persona que a la luz de sus palabras se mostraba bastante sencillo, campechano y profesional (si es que me permiten el juntar este último adjetivo con los dos primeros), de inmediato me dispuese a curiosear por la telaraña mundial...

  • Entrevista a Javier Aguirresarobe publicada en el Magazine de "El Mundo", el 14 de septiembre del 2008.
  • En la Wikipedia (si es que en el fondo uno es un "emigrante" friki), con un listado de su nutrida filmografía.

Para terminar un par de ejemplos de su labor:


Spot para Saturn


"Beltenebros" (Pilar Miró, 1991)


sábado, 25 de julio de 2009

SÁBADO MUSICAL: "BATMAN BEGINS"





"Eptesicus"
B.S.O. de "Batman Begins" (Christopher Nolan, 2005), compuesta por Hans Zimmer y James Newton Howard


Provechoso fin de semana para todas y todos.

SÁBADO MUSICAL: "NOT THE MESSIAH (HE’S A VERY NAUGHTY BOY)"



Eric Idle canta "A Fair Days Work For A Fair Days Pay", tema perteneciente a "Not the Messiah (he´s a very maughty boy)", el musical basado en "La Vida de Brian" ("Life of Brian", Terry Jones, 1979) con música compuesta por John Du Prez y letras del propio Eric Idle.








No sé a ustedes pero a mí me han entrado unas ganas locas de arrancarme a silbar.


ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XII): LA NEGATIVA DEL DIABLO





Su Excelencia (Laird Cregar) y Henry Van Cleve (Don Ameche) en "El Diablo Dijo No" ("Heaven Can Wait", Ernst Lubitsch, 1943)


sábado, 18 de julio de 2009

SÁBADO MUSICAL: CANTATA DE LAS NUBES DE TORMENTA DE ARTHUR BENJAMIN


Versión nuevamente orquestada por Bernard Herrmann de la Cantata Nubes de Tormenta de Arthur Benjamin, con la Orquesta Sinfónica de Londres, dirigida por el propio Bernard Herrmann.



El hombre que sabía demasiado” (“The man who knew too much”, Alfred Hitchcock, 1956)

Entrada relacionada: La popularidad de un proverbio.

ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XI): NOODLES SONRÍE DE NUEVO




Noodles (Robert de Niro) en la escena final de "Érase una vez en América" ("Once upon a time in America", Sergio Leone, 1984), sonriendo mientras suena el tema musical compuesto por Ennio Morricone.


sábado, 11 de julio de 2009

SÁBADO MUSICAL: OLD TIME ROCK AND ROLL



Hace unos días, durante una conversación de barra, empezó a sonar esta música por los altavoces. Un amigo, Ma***, y yo nos miramos el uno al otro. Nos resultaba conocido el tema pero en un principio no nos dábamos cuenta del porqué. Así transcurrieron unos segundos hasta que uno de nosotros pronunció la palabra “película” y el otro respondió “Risky Business”.




Risky Business” (Paul Brickman, 1983)


Entre las múltiples versiones disponibles yo me quedo también con la del peluche extraterrestre, con permiso de T. C.

lunes, 6 de julio de 2009

UN TABLÓN CON VISTAS


[En el capítulo anterior los prisioneros malviven lo que les resta de existencia. Les han trasladado al Deméter, en cuya cubierta permanecen maniatados, a la espera del final que los filibusteros les tienen preparado. El tablón que han clavado en una de las bordas no permite albergar muchas dudas acerca de su naturaleza].


Dibujo de Howard Pyle

[Música de acompañamiento].


Oscurece.


Una fina llovizna comienza a caer sobre cubierta.


Para conjurar las nacientes tinieblas nuestros captores encienden unos fanales que iluminan la cubierta por medio de una luz verdosa y espectral.


Cuentan algunos marineros que cuando te encuentras a punto de ahogarte, cuando tus pulmones ávidos del oxígeno vital tratan incluso de arrancarlo del agua que te rodea, recibes la visita de una mujer de vaporosas vestiduras, y que por entre los mechones de su aleteante cabellera podrás entrever unos ojos profundamente verdes, de un verde más refulgente que el de las esmeraldas.


Esa es la señal de que tu fin se aproxima.


Una vaharada a grasa de cerdo penetra en mis fosas nasales. Ante mí distingo unas toscas botas: el contramaestre.


Su contrariado aspecto denota que el botín es mucho más exiguo de lo que esperaba. Una parte y media de nada, lo que le corresponde en buena ley, no es mucho para compensar los riesgos inherentes al saqueo. Como ecónomo del buque sabe bien que no resulta un negocio rentable el asaltar navíos para no obtener recompensa alguna.


A un ladrido suyo dos de entre ellos levantan en vilo al señor Pond, las manos reciamente atadas, arrastrándole por fuerza hasta el tosco mirador. El pobre hombre se tambalea un segundo, inestable, a punto se encuentra de perder el equilibrio. Mas todavía es demasiado pronto, no ha comenzado la diversión.


Uno de los filibusteros, más osado que sus compañeros, le pincha levemente el costado con la punta de su sable. A decir verdad esa precaución resulta innecesaria, ya de su brazo herido mana un riachuelo rojizo que termina por desembocar sobre la crispada superficie del océano.


Él será el primero…


Entonces, como si hubiera sacado fuerzas de lo más profundo de su pecho el señor Pond profiere un grito, un alarido, el epitafio a inscribir sobre su mausoleo de espuma:


-¡¡¡Código de Galibor!!!


Al oír estas tres simples palabras los filibusteros enmudecen. Un pistoletazo hiende la lluvia, la luz verdosa, las risotadas…; le sigue una voz gutural propia del rodar de la mar al retirarse sobre una playa repleta de guijarros.


-¡¡Quién osa invocar el código?? ¡¡Qué hijo de inmunda perra se atreve en mi presencia a mencionar el Código??


Al punto palidecen los filibusteros, bañados en el más genuino terror. Algunos se echan a un lado para formar un corredor y, allí, a través del hueco formado, surge la imponente figura del capitán Van der Dertien.


Había escuchado muchas historias acerca del vesánico pirata, mas aun y así nada de cuanto había oído relatar me había preparado para la visión que mis ojos estaban contemplando.


Bajo la fina llovizna se erige un hombretón descomunal. Su altura bien puede alcanzar los siete pies , tremenda estatura que difícilmente cubre una raída casaca de capitán de la Marina de Su Graciosa Majestad. En la pechera del uniforme un costurón toscamente remendado, bordeado por un mancha negruzca, restos de pólvora sin duda, proporciona una idea bastante aproximada acerca de cuál había sido el destino de su anterior propietario. Cruzadas sobre el ancho pecho dos cananas de cuero en las que descansan bien sujetos seis pistolones, el séptimo, aún humeante, lo aferra con su nudosa mano derecha: exactamente uno menos que el legendario capitán Morgan.


A medida que los escalofríos me recorren voy elevando la vista hasta que puedo contemplar su rostro. Jamás lo olvidaré…

Si a un demonio enfurecido le fuera dado el tomar la imagen de un hombre a buen seguro que su expresión habría sido mucho más pacífica.


Los ojos inyectados en sangre. Su faz arrugada por la ira más indómita. La boca una cuchillada sanguinolenta. La cabeza, completamente rapada, tocada con un tricornio ladeado. El capitán Harmen Van der Dertien “el Javanés”.


Se acerca muy lentamente, paso a paso, la mirada fija en el señor Pond, como una serpiente que se aproximara reptando, presta a lanzar su ataque mortal. Y cuando ya se encuentra junto a la borda, a un paso del desdichado, le susurra:


-¿...Quién osa invocar el código?


Miro al señor Pond quien, a pesar de la súbita aparición, permanece firme, cimbreándose sobre la tabla, soportando la sibilante mirada.


-Yo...

El filibustero aguarda inmóvil durante unos segundos, como si sopesara la situación hasta en sus más mínimos detalles. Acaso se encuentre ante un loco, o bien, quizás, aquel prisionero sea demasiado consciente de que no importa cuanto haga o diga pues al fin y al cabo su fin ya está más que decidido y determinado.


-¿Tú?


-Sí, ¡yo!


La determinación del señor Pond logra modificar el talante del capitán. Al menos las arrugas desaparecen y el tajazo rojizo que hasta entonces formaban sus labios prietos se tuerce para adoptar las formas de una sonrisa despiadada.


-¿...Y con qué derecho lo invocas?


El señor Pond prosigue manteniendo la mirada, sin temblar apenas, sólo me parece percibir un leve movimiento en sus manos.


-Con éste…


Tres tintineos. Uno tras otro.


-Tres cabos. Tres aretes. Tres historias. Tres vidas…


Un rumor a oleaje recorre la cubierta. El capitán remueve su cabeza y el arete que cuelga en su oreja derecha brilla bajo la luz verdosa procedente de los fanales. Su rostro, antes cárdeno, palidece. Se diría que una mano invisible lo fuera cubriendo con un sudario.


El señor Pond prosigue su letanía…


-… Cabo de Hornos, Cabo de Buena Esperanza, Cabo Darwin,… Tres cabos. Tres aretes… El Código de Galibor.


Las ranuras que se abren bajo las espesas cejas de Van der Dertien se ensanchan, sus ojos se agrandan, sus pupilas se achatan hasta no ser más grandes que cabezas de alfiler.


Entre los marinos que recorren los siete mares existe una hermandad más antigua y más firme que cualquier otra. La componen aquellos de entre ellos que habían logrado vencer la empresa de doblar al menos uno de los tres grandes cabos. Mas dentro de esa hermandad existen escalafones y, en el más alto de todos, en la cúspide, se encuentran los que habían dominado el triplete.



A los pies del señor Pond, sobre el tablón, brillando sobre aquel cadalso, reposan tres aretes dorados, tintos de sangre, que prueban su pertenencia a ese reducido grupo de indomables.


Un goteo rojizo cae, rítimicamente, al lado de las joyas, tras descender por el cuello y el pecho del desdichado, dibujando un charco que se escurre hasta el borde y desde allí al océano…


El capitán le gira la cabeza de izquierda a derecha con un ademán contundente y retira su mano, ahora ensangrentada.


El capitán Van Der Dertien, ajeno al revuelo orquestado por su tripulación, fija de nuevo sus ojos en los del señor Pond. Algún cambio ha sufrido su rostro. Donde antes sólo se percibía un espíritu endemoniado ahora brilla cierta luz, muy tenue. Muy lentamente pronuncia una frase, más bien la susurra:

-A medida que pasan los años... las bordas se pueblan de fantasmas...

Después, elevando su vozarrón lo suficiente como para que se oyera desde todos los rincones del barco prosigue:

-¡Sea!

sábado, 4 de julio de 2009

SÁBADO MUSICAL: DUELO DE GUITARRAS




Duelo de guitarras entre Ralph Macchio y Steve Vai en “Cruce de Caminos” (“Crossroads”, Walter Hill, 1986)





Leonidas Kavakos interpreta el capricho número 24 de Nicolo Paganini

NOTA ADICIONAL: entrada relacionada, El bluesman que hizo un pacto con el diablo.