Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

sábado, 27 de septiembre de 2008

FUNDIDO EN NEGRO

Este es uno de esos posts cuya redacción uno siempre se obstina en postergar, en la medida en que el cumplimiento de semejante deseo resulte factible. Esa clase de escrito que jamás deseas llegar a escribir, aunque al final por supuesto termina por resultar inevitable.
Por una de esas casualidades a las que nos tiene acostumbrados el comportamiento del Destino sigue a otro recién “subido”, éste dedicado a una película que forma parte del conjunto de mis preferidas, y que contiene, entre otros, un vídeo donde puede visionarse su escena final: el mutis por el foro del coreógrafo protagonista, entre amigos y enemigos, familiares y seres queridos, bajo los ritmos de un memorable tema musical. Talmente como si la noticia que me iban a comunicar tan sólo unas horas después hubiera pretendido adornarse, sin yo saberlo, mediante una banda sonora introductoria.

En momentos así siento cómo una corriente fría me recorre el espinazo.





"La Leyenda del Indomable" ("Cool hand luke", Stuart Rosenberg, 1967)



Nueva casualidad: al entrar en mi blog el tema que me dio la bienvenida fue precisamente el que Henry Mancini compuso para "Éxodo" ("Exodus", Otto Preminger, 1960). Diríase que el destino sigue trabajando en la moviola.




“Paul es un hombre tímido. Y un actor maravilloso. Y piloto de coches de carreras. Y un tío fenomenal”.


Sidney Lumet en su libro “Así se hacen las películas”.


IT´S SHOW TIME, FOLKS

Joe Gideon (Roy Scheider) se levanta de la cama un buen día. Acude al baño, abre el armario, ingiere algunas pastillas que coge de uno de los estantes. Se propina unos cachetes en las mejillas, sonríe y murmura: “comienza el espectáculo”.
Y así es, en efecto.




Negación. Irritación. Pacto. Depresión ... Aceptación. "Bye, bye, life. I think I´m gonna die".




"Comienza el espectáculo" ("All That Jazz", Bob Fosse, 1979)



Una buena oportunidad de revisitar este musical y, si resulta posible, incluso releer el artículo incluido en el número 25 de la ya desaparecida revista Nickelodeon, en el que se analiza la trayectoria artística de su director: Bob Fosse.

jueves, 25 de septiembre de 2008

TRAGAPALABRAS

La historia del séptimo arte se encuentra salpicada aquí y allá por una serie de frases y opiniones que a buen seguro sus protagonistas, y me refiero a aquellos en concreto que tuvieron la feliz idea de pronunciarlas, desearían que hubieran terminado sepultadas en el olvido, cuando no, si es que semejante posibilidad fuera factible, que incluso se borraran por completo de la memoria colectiva, sin dejar el más mínimo rastro tras de sí, como si nunca nadie las hubiera formulado jamás.



El "desconocido" Billy Wilder.

Al final de su vida, tras una carrera cinematográfica cuya brillantez nadie pondría en duda, a riesgo de cometer a ojos de algunos (unos más fanáticos que otros) un terrible sacrilegio, el director y guionista Billy Wilder (Dios para Trueba, un cineasta genial para buena parte del resto de los mortales), protagonizó lo que en su momento pasó por ser una divertida anécdota. Además su inclusión me sirve a modo de primer exponente de la idea que trataba de transmitir por medio del párrafo anterior.


Un viejecito encantador: Mr. Wilder

Lo que ocurrió fue algo así como lo que sigue. Parece ser que un buen día, mientras vegetaba aburrido en su despacho, al igual que el resto de los días durante sus últimos años, se le propuso un proyecto cinematográfico. Sí, a él, a un cineasta que ya no se ponía tras las cámaras desde hacía ya ... demasiados años; no ya porque no lo deseara, siempre y cuando la idea fuera lo suficientemente interesante él se encontraba dispuesto, sino porque los estudios no se atrevían a asumir las elevadas primas de seguro a las que deberían hacer frente. Dada su avanzada edad existía un riesgo muy grande de que no pudiera hacer frente al esfuerzo inherente a un rodaje, y lo que era aún peor, que por la presencia de cualquier hecho fortuito acabara por dejar la película inconclusa; léase una enfermedad o algo aún peor. Por las cabezas de los productores rondaba el temor cierto a que decidiera hacer mutis por el foro en pleno rodaje, lo cual lejos de que fuera considerado un homenaje postrero a Chaplin y su película "Candilejas" constituía una enojosa posibilidad que les provocaba sudores fríos. Ya se sabe que los productores de Hollywood, por deformación profesional, se encuentran mucho más capacitados para la ingeniería financiera de alto standing (petrodólares y hedge funds en paraísos fiscales) que para apreciar un guiño cinéfilo como ese (a no ser, por supuesto, que se trate de una película paródica que atraiga a las salas a masas hambrientas de palomitas).

En suma que nuestro amado Billy se aburría en su despacho, gozando como única compañía de la silla vacía que en vida ocupara su inseparable amigo I. A. L. Diamond, y lo que aún era peor, sin una mala película entre manos.

Mas hete aquí que un buen día repararon en él. Alguien se acordó de que tenían allí a este hombre, mano sobre mano, y decidieron aprovecharlo. Naturalmente antes de que la idea empezara a cobrar cuerpo se convocó una reunión de trabajo durante cuyo transcurso se pretendía sentar las bases y estructurar los objetivos y procedimientos. Una reunión a la que entre otros acudieron el propio Billy y un joven ejecutivo de la productora. Lo de la juventud del ejecutivo deben tomarla en un sentido muy pero que muy relativo, siempre en comparación con la edad del veterano director.
Por alguna razón, aquel ejecutivo, deseoso de romper un poco el hielo durante ese primer encuentro, no tuvo mejor idea que emplear una maza y así, casi a bocajarro, le dirigió a Wilder una pregunta acerca de cuáles habían sido concretamente sus anteriores proyectos cinematográficos. El director de “El Apartamento”, “El Crepúsculo de los Dioses”, “El Gran Carnaval” o “Un, Dos, Tres” (por citar de memoria sólo algunas de entre las que componen la amplia lista de su filmografía), muy conocido en el mundillo del cine por poseer una lengua afilada amén de bastante acerada, le dirigió al neófito (siempre en términos relativos) una mirada socarrona al tiempo que su interlocutor, sin percatarse en ningún momento de lo improcedente de su casual pregunta, aguardaba tranquilamente sentado la oportuna contestación. Talmente se diría que creyera encontrarse en realidad ante un advenedizo recién llegado a la meca del cine. Sin embargo por alguna razón extraña que no se alcanza a explicar Billy se lo tomó con buen humor y su respuesta, bastante lacónica por otro lado, fue un simple y escueto “usted primero”.
No sé cómo se tomó el ejecutivo su falta de tacto mas, conociendo el genio que se gastaba el director a buen seguro que salió bien librado.

Fotograma de una película jocosa de Billy Wilder: "Irma la Dulce" ("Irma la Douce", 1963)


La carencia de perspectiva por parte de alguien que sólo es capaz de analizar una película en función de su cuenta de resultados, cuando no de la posibilidad de que las pérdidas acarreadas por un proyecto fallido sean cubiertas por las ganancias de otro (cuestión de medias aritméticas) no resulta privativa de la época actual. Hasta alguien como Selznick, cuyo olfato comercial nadie pondría en duda, protagonizó otra de esas memorables meteduras de pata. Aunque fuera de un signo un tanto diferente sirve para demostrar que puestos a hacer comentarios erróneos nadie está exento de caer en el error.




Una opinión, por David O. Selznick.

En el año 1937 escribía:


"No veo justificación alguna en hacer una historia simplemente porque le gusta a un hombre que, lo admito, es uno de los mejores directores del mundo pero bastante poco comercial".


Ese director al que desde luego no le negaba sus grandes capacidades no era otro que John Ford, quien la primavera de aquel mismo año le había propuesto un proyecto que tenía en mente. Respecto a la película a la que se refería en unos términos bastante duros, para la cual auguraba una escasa salida comercial no era otra que "La Diligencia".




"La Diligencia" ("Stagecoach", John Ford, 1939)


Por supuesto Ford se marchó del estudio y acabó rodando su película tras llegar a un acuerdo con el productor independiente Walter Wanger, menos reacio a rodar un western que su colega.

Al parecer las reticencias de Selznick se debían más bien a que no estaba de acuerdo con la presencia de un casi desconocido John Wayne en el reparto, el chico que había empezado su carrera en el mundo del cine agitando su corpachón de seis pies de altura al ritmo impreso a una escoba por los sets de rodaje (aunque el propio Ford había comenzado desempeñando, entre otras muchas, labores como encargado de atrezzo para el director Alan Dwan). En lugar de a Duke el productor prefería más que el rol del evadido lo interpretara alguien como Gary Cooper, quien por aquella época ya gozaba del estatus de una estrella ya consolidada, quedando muy atrás sus inicios como caballista. O lo que es lo mismo el especialista que se arriesga a romperse los morros cayéndose del caballo en lugar del protagonista.
Aunque finalmente lo único que consiguió Selznick fue quedarse compuesto y sin Ford, amén de no gozar del éxito aparejado a esta película.

(Nota adicional: al respecto de la predilección de Selznick por Cooper merece la pena leerse este post del blog Viento Escarlata, a modo de mera curiosidad).



El bailarín que bailaba un poco: Fred Astaire.

Por Hollywood corre una anécdota según la cual en una ocasión en la que le hicieron una prueba a Fred Astaire (no estoy seguro de si fue en la RKO o en la Paramount, la información al respecto es contradictoria: enlace 1 dice que RKO, enlace 2 dice que Paramount) el encargado de la misma le despachó en los siguientes términos: "No sabe cantar. No sabe actuar. Con entradas. Puede bailar un poco" ("Can't sing. Can't act. Slightly bald. Can dance a little").
Como prueba de que este individuo, sea quien fuera, estaba cargado de razón a continuación les dejo una prueba:



"La Alegre Divorciada" ("The Gay Divorcee", Mark Sandrich, 1934)


Estremecedora, ¿no les parece?

domingo, 21 de septiembre de 2008

VICKY CRISTINA BARCELONA ... ¿OVIEDO?


Arranque de “Manhattan” (“Manhattan”, Woody Allen, 1979)

Por fin se estrena en España la última película de Woody Allen, el director norteamericano que con puntualidad británica nos viene administrando año tras año una dosis de su particular cine, según una costumbre ya reiterada, y que por una parte se ha convertido en una cita ineludible aunque por otra, en algunas ocasiones, sería el caso de “Scoop”, por ejemplo, demuestra cuán dificultoso resulta mantener el nivel con semejante frecuencia creativa, y muy especialmente tras la brillante "Match Point".
Para este su último filme, hasta la fecha, Allen decidió sustituir las localizaciones en Gran Bretaña de sus anteriores trabajos por otras un tanto más meridionales. Finalmente tanto él como su equipo acabaron por recalar en España: para ser exactos en las ciudades de Barcelona, Oviedo y Avilés.
"Pensaba que serían unas ciudades bonitas y nada más, pero son increíbles. España es un mercado muy importante para mis películas. En Europa me suele ir bastante bien. En Estados Unidos, como ya se sabe, ni siquiera el hecho de contar con el apoyo de la crítica se traduce en un éxito de taquilla".
"Conversaciones con Woody Allen", de Eric Lax.

Más información acerca de este libro, aún no publicado en España, en el blog de Alejandro Herrero.


Como motivos para dicho cambio el director se ha referido entre otros al clima que disfrutamos acá, mucho más benevolente que el inglés, según sus palabras. Pero por supuesto no es ajena a tal decisión el que se dé la casualidad de que la productora del filme sea española (la catalana Mediapro), por lo que el reciente anuncio de que esta misma empresa se va a ocupar de la producción de las tres siguientes películas de Allen auguran que la recién nacida vinculación con nuestro país va para largo.
A este respecto resulta curioso el que Allen decidiera rodar en el Reino Unido pues es sabido que los productores de la saga de 007 acordaron llevarse el rodaje de "Licencia para Matar" ("Licence to Kill", John Glen, 1989) a Méjico, sustituyendo los estudios Pinewood por los Churubusco, debido a los altos costes que suponía el rodaje en Londres. Aunque en posteriores producciones regresarían debido al tratamiento favorable que recibieron por parte de las autoridades, temerosas de la pérdida de beneficios que semejante decisión podría traer consigo de convertirse en definitiva.


Amén de las localizaciones en la ciudad condal los espectadores podrán gozar con los paisajes asturianos; no por nada, una parte de la película se ha rodado en Oviedo, Avilés y otros parajes próximos. Su inclusión se explica por la estrecha relación que el director neoyorkino parece haber establecido durante los últimos años con Asturias, y más en concreto con su capital, Oviedo, desde que le fuera concedido en el año 2002 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. En aquella ocasión Allen pronunció sus famosas declaraciones con Oviedo como objeto, en lo que algunos más susceptibles creyeron ver más bien una broma (¿ironía?) del cineasta, del tipo de la formulada por Danny de Vito, durante una visita a un Madrid sumido en el caos de las obras en el año 2001, acerca de la supuesta búsqueda del tesoro que parecía haberse organizado por todo el casco urbano.

El que no se lo tomó a broma fue el consistorio pues enseguida acordó erigirle una estatua en pleno centro, más en concreto en la calle Milicias Nacionales, perpendicular a nuestro particular Central Park: el Parque San Francisco. Dicha estatua, una obra en bronce a cargo del artista asturiano Vicente Santarua, se inauguró el 1 de mayo de 2003, y al pie de la misma se colocó una placa en la que figuraban cinceladas las elogiosas palabras del director pronunciadas el 29 de octubre de 2002.


"Oviedo es una ciudad deliciosa, exótica, bella, limpia, agradable, tranquila y peatonalizada; es como si no perteneciera a este mundo, como si no existiera... Oviedo es como un cuento de hadas".


Estatua dedicada a Woody Allen


Desde el preciso momento en el que fue colocada en su actual ubicación no ha dejado de atraer la expectación de cuantos visitan la ciudad, no siendo pocos los que se detienen a su vera para sacarse una foto mientras, quizás, alguno más atrevido le solicita una intermediación para obtener un papelito en alguno de sus próximos proyectos. El fervor llega hasta tal punto que los operarios dedicados a su mantenimiento se ven obligados a colocarle unas gafas nuevas cada cierto tiempo. No ya porque la escultura esté perdiendo dioptrías sino más bien porque algún admirador, confundiéndolo con Virgil Starkwell, acaba robándoselas en lo que sin lugar a dudas constituye un velado homenaje a su primera época como cineasta.



Posteriormente a la entrega del galardón, en el mes de mayo de 2005, el director de cine volvió a recalar en Oviedo con motivo de la celebración del XXV Aniversario de los Premios Príncipe de Asturias, y, por supuesto, volvió a revalidar su pasada opinión

"Oviedo es como salir de la vida real y meterse en una atmósfera muy protegida; las calles son bonitas... todo es muy bonito".

Y por supuesto se hizo algunas fotos junto a su sosias inanimado, elogiando la labor del escultor por haber sabido mostrar en el rostro de la escultura su ansiedad característica.

Incluso antes de comenzar el rodaje de esta su última película todavía seguía haciendo declaraciones al respecto (octubre 2006).

"El mundo debería ver una ciudad así, aunque no quiero sacarla demasiado bonita, que lo vean en todas partes y que se estropee llenándose de turistas".

Finalmente Woody Allen terminó recalando en la región en el verano del 2007, acontecimiento que fue seguido con gran interés por la prensa regional. Ante los objetivos de sus cámaras pasaron establecimientos emblemáticos de la capital tales como la pastelería Camilo de Blas, el entorno del Naranco (no confundir con el Naranjo de Bulnes o Picu Urriellu, que ésta no es una película de Stallone), prerrománico incluido (S. Julián de los Prados en concreto; por cierto que el año anterior el cineasta Gonzalo Suárez había estado rodando en Oviedo su película "Oviedo Express"; en su caso escogió la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados), el Hotel Reconquista (donde se hospedaba Allen), el restaurante oventese La Corrada del Obispo, Tiñana (un pueblo a unos doce kilómetros de Oviedo, donde se rodaron las escenas de la casa del padre de Bardem) y diversas localizaciones en Avilés (parque de la Ferrera con espectáculo flamenco (!) incluido).
Hasta aquí los datos puramente anecdóticos (y bonitos).

Ahora algunas reacciones:

  • El ayuntamiento de Oviedo está encantado con la publicidad. No por nada se ha decidido añadir una nueva placa en la calle Milicias Nacionales con las últimas declaraciones de Woody Allen pronunciadas durante la rueda de prensa, en el estreno de la película en el Festival de Cine de San Sebastián: "Oviedo es un paraíso, un refugio para cuando el mundo se pone peligroso" (19 de septiembre de 2008).
  • Avilés aparece en la película debido a la relación de Woody Allen con la recién fundada Fundación Niemeyer cuya sede se establecerá en la ría avilesina. Cuestión que no quita que, en lo que no deja de ser un procedimiento habitual durante el rodaje de las películas, se hayan catalanizado ciertos parajes de la ciudad. A este respecto basta con pensar en la vibrante persecución en "El Mañana Nunca Muere": aparentemente transcurre en el parking del hotel de Hamburgo en el que se hospeda Bond, pero en realidad se rodó en el Brent Cross Shopping Centre (Londres) y sólo la parte final, en la que el BMW 750 i L se precipita a la calle tras atravesar el pretil, corresponde a Hamburgo (la Mönckebergstrasse). A pesar de todo las reacciones no se han dejado esperar.


A la espera de ver yo mismo la película, y formarme mi propia opinión al respecto, les dejo con dos enlaces a sendas críticas:


NOTA ACLARATORIA [23 de septiembre de 2008]: debo rectificar la información acerca de la publicación del libro sobre Woody Allen, pues tal y como me aclara Sergio Arán ya se encuentra publicado en España (Editorial Lumen).

miércoles, 17 de septiembre de 2008

ESCOGÍ UN MAL MOMENTO PARA NO DEJAR DE VER LA TELEVISIÓN

Por diversas razones que ahora mismo no vienen al caso en el piso que comparto no disponemos de televisión. El hueco del mueble donde debería ubicarse ese electrodoméstico se encuentra en cambio ocupado por un elemento mucho más simple, la blanca pared, sin que por el momento ninguno de los inquilinos hayamos pensado en rellenarlo. Porque, ¿para qué íbamos a hacer tal cosa si disponemos de un proyector de vídeo que mediante un simple cable puede conectarse al ordenador portátil? La consecuencia inmediata de lo que podría parecer mera desidia es que así disponemos de una fantástica pantalla sobre la que proyectar nuestra cada vez más nutrida colección de DVDs (un ritmo de crecimiento que mucho me temo sea inversamente proporcional a los fondos disponibles para mantenerlo).

Sin embargo a la hora de la comida, un refrigerio rápido que debe solventarse mediante el menú del día (cuestiones del apretado horario laboral de un pluriempleado), de vez en cuando me dejo atraer por la cantinela procedente del televisor que preside el establecimiento. Fue así como me di de bruces con el spot en el que una compañía de telefonía móvil emplea una escena de "El Jovencito Frankenstein" ("Young Frankenstein", Mel Brooks, 1974), en la que el Dr. Frankenstein y su criatura interpretan el clásico "Puttin´ on the Ritz".
Ahí dieron comienzo los problemas.
Al punto vinieron a mi cabeza unas danzantes imágenes en blanco y negro, al tiempo que una característica musiquilla de violín resonaba en mis oídos. Ahí estaba, el recuerdo había regresado.



Esa melodía característica


Porque cómo podría haberme olvidado de aquellos momentos hilarantes que me procuraron Gene Wilder (el Dr. Frankenstein), Martin Boyle (caracterizado como aquel monstruo tierno y encantador, con permiso de Boris Karloff), Marty Feldman (el inigualable Igor, con su mirada saltarina), o Cloris Leachman y Teri Garr en sus papeles de pareja del monstruo y del doctor, respectivamente; y todos ellos bajo la batuta del prolífico Mel Brooks.
Tras una experiencia así uno hasta llega a perdonarle a este hombre el que no hubiera respetado la memoria de Lubitsch.

A la salida del local sentí que era un poco más pobre, no por el desembolso de dinero como pago del menú sino porque era consciente de algo mucho más importante: debería ahorrar para comprarme ese DVD como forma de poder gozar de la película en el humilde cine-salón.



"El Jovencito Frankenstein" ("Young Frankenstein", Mel Brooks, 1974)

sábado, 13 de septiembre de 2008

CRÓNICAS MATRITENSES (EPÍLOGO): SIDNEY LUMET

En anteriores posts de “El Loro Azul” escribí acerca de algunas experiencias vividas durante mi corta estancia en Madrid, en el transcurso de mis, ¡ay!, pasadas vacaciones. Por estas páginas electrónicas desfilaron las fotografías de Steichen, las imágenes de las películas de Charles Chaplin y las anécdotas acerca de “La Caza de Brujas.

Mi pretensión original pasaba por elaborar tan sólo tres posts, y con esa intención en mente así fue como los numeré, incluyendo para mayor seguridad un terminante y tres en el último. Sin embargo las circunstancias han venido a demostrarme una vez más que el pretender fijar unos límites razonables a los propios deseos a menudo posee unos efectos inesperados, una realidad cuyo cumplimiento se demuestra por la presencia de este post adicional.

Antes de proseguir, y para ponernos un poco en situación, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, dicho de otra forma que estamos a sábado, quiero poner como fondo musical un tema maravilloso correspondiente a la quinta sinfonía de Gustav Mahler. Se trata más concretamente del cuarto movimiento, el adagietto, incluido por Luchino Visconti en la banda sonora de su adaptación de la novela “Muerte en Venecia” de Thomas Mann ("Morte a Venezia", Luchino Visconti, 1971).

Y parafraseando la aclaración incluida en los títulos de crédito de muchas películas “cualquier parecido con el contenido de este post es pura coincidencia”.



Zubin Mehta dirige a la Orquesta Filarmónica de Israel


Una de las costumbres que mantengo cuando visito Madrid por cuestiones de ocio, las debidas a motivaciones laborales no cuentan, es visitar la librería “Ocho y Medio”, y en esta ocasión no hice una excepción. Para evitar repetir la escena en la que Richard Gere visita junto con Julia Roberts una tienda de moda de Beverly Hills, esta vez iba con una lista muy concreta de títulos a buscar, además de haber dejado la tarjeta en el hotel. No era cosa de gastar una “cantidad asquerosamente indecente de dinero”, tomada esta expresión en unos términos muy pero que muy relativos.
Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, acabé adquiriendo precisamente los libros que no pretendía comprar; a ello ayudó el que no se encontraran disponibles los que buscaba. Acerca de uno de ellos ya hablé en su día, Hollywood y la Caza de Brujas” de Isabel M. Barrios, el otro es Así se hacen las películas” de Sidney Lumet.

Sidney Lumet


Un volumen de unas doscientas treinta páginas en las que el director de cine, utilizando un lenguaje próximo y muy ameno, detalla por medio de sus experiencias y anécdotas, los pasos necesarios para desarrollar una película, desde las primeras reuniones de preproducción hasta que el filme se haya listo para su proyección en los cines. Una oportunidad para comprender los ímprobos esfuerzos que supone el llevar a buen término un largometraje, sin ahorrarse las malas experiencias, las largas jornadas de trabajo y los sinsabores que trae consigo.




"Tarde de Perros" ("Dog Day Afternoon", Sidney Lumet, 1975)


Sin embargo siempre se hayan presentes unas frases incluidas en el prefacio con las que Lumet resume la razón por la que alguien está dispuesto a acometer semejante empresa a pesar de las dificultades inherentes:
“Es a la vez una técnica compleja y un proceso emocional. Es arte. Es negocio. Te rompe el corazón y es divertido. Es una forma genial de ganarte la vida”.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

LA ÚLTIMA ACTUACIÓN

Entre las muchas frases que Hitchcock pronunció en vida suele recordarse aquella que, a modo de consejo dirigido a cuantos sientan inclinaciones por dedicarse a la dirección de películas, reza: “nunca trabajes con niños, con animales o con Charles Laughton". Muy escamado debió quedarse tras haber dirigido a su compatriota en “La Posada Jamaica” (“Jamaica Inn”, 1939) para llegar a compararle con otros seres tan manifiestamente impredecibles como pueden ser los niños o los animales. En sus conversaciones con Truffaut quedó muy clara cuáles eran las opiniones que sustentaba acerca del actor al que califica como "un amable bufón", llegando a manifestar que "Laughton no era realmente un profesional".

Afortunadamente hubo directores que hicieron caso omiso de una sentencia tan drástica como la antedicha, y así Billy Wilder, sin ir más lejos, contó con la participación de este actor en “Testigo de Cargo” (“Witness for the Prosecution”, 1957), proporcionándonos el placer de disfrutar por medio de la brillante caracterización que del abogado astuto a la par que cascarrabias sir Wilfrid realizó Laughton.



"Testigo de Cargo" ("Witness for the Prosecution", Billy Wilder, 1957)


Sumamente encantado por la anterior experiencia Wilder volvió a pensar de nuevo en Laughton al cabo de cierto tiempo. Más en concreto cinco años después, en 1962, mientras se encontraba inmerso en los preparativos de la que iba a ser su siguiente película, tras la recién terminada “Uno, Dos, Tres” (“One, Two, Three”, 1961); su título, “Irma la Dulce” (“Irma la Douce”, 1963).



"Irma la Dulce" ("Irme la Douce", Billy Wilder, 1963)


Entre los muchos personajes que deambulan por el barrio de cartón piedra construido en estudio por Alexandre Trauner hay uno en concreto del que yo siempre guardaré un gran recuerdo, prueba del placer que me produjo la primera vez que lo contemplé. Estoy hablando de Moustache, el dueño del “Chez Moustache”. Ese individuo polifacético, licenciado en mil trapacerías y alguna que otra universidad de prestigio, quien parecía contener en su corpulento cuerpo las experiencias de un centenar de hombres, y que siempre culminaba sus argumentos con un “… pero esa es otra historia”, a menudo cuando sólo apenas había empezado a esbozarlos por lo que siempre te dejaba con la miel en los labios.


En la versión definitiva fue Lou Jacobi el encargado de interpretar a Moustache, quien como recordarán ni siquiera se llamaba así sino que, en una nueva muestra de su personalidad, había optado por cambiarse el nombre pues la alternativa hubiera sido hacer lo propio con el del local lo que hubiera supuesto hacer frente al desembolso inherente al encargo de un letrero nuevo. Sin embargo la pretensión inicial de Wilder era que dicho papel hubiera recaído en Laughton; y al no poder contar con su presencia el director, y co-guionista, tomó la decisión de reducir la presencia de ese personaje.

A saber lo que Laughton hubiera podido dar de sí y qué habría aportado con su buen hacer a los diálogos tramados por Wilder y su compinche por aquellos tiempos, I.A.L. Diamond.

Este post se quedaría cojo si no incluyera la reunión que mantuvo Wilder con Laughton, cuando éste aún era la elección principal para ocuparse de la interpretación de Moustache.

El director logró que Laughton le invitara a su casa. Nada más entrar en el salón se percató de que la figura obesa y desmejorada que se encontraba al fondo de la estancia, arrellanada en un sillón sumido en la penumbra, ya no estaba en condiciones de enfrentarse a los requisitos de un rodaje. Bajo el maquillaje por medio del cual trataba de ocultarlos sin demasiado éxito se dejaban entrever los estragos propios del cáncer fatal que devoraba al actor británico. Mas a pesar de su mal estado aún se permitió hacer un alarde de toda su capacidad actoral en lo que no dejaba de ser su última actuación. Se dedicó a caminar con brío por la habitación, a pesar del terrible esfuerzo que ésto le suponía dado su débil estado, con la única intención de convencer al director de que aún se encontraba en plena forma.
Ni que decir tiene que Wilder se quedó conmovido a la par que asombrado ante aquella capacidad para llevar a cabo un intento de engaño que realmente no dejaba lugar a dudas sobre la imposibilidad de materializar el deseo de ambos.


Charles Laughton moriría el 15 de diciembre de 1962, luciendo el bigote que se estaba dejando para interpretar a Moustache.