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domingo, 28 de diciembre de 2008

LA CAJA GEIST



Con viento del oeste, a las 21.25 horas, hora de la Costa Oeste, una noche sin luna del mes de febrero de 1942, muy posiblemente un ocho de febrero, un submarino de la Kriegsmarine salió a la superficie a una milla escasa de la costa californiana.
A las señales luminosas enviadas con el blinker (dos ráfagas largas y una corta, una ráfaga corta, dos cortas, tres cortas, una larga) les dieron réplica otra serie igual desde el continente.
Al cabo de un escaso cuarto de hora por entre la negrura que rodeaba el sumergible emergió la silueta de un bote hinchable con un único ocupante a bordo. Una figura corpulenta que protegía con sumo cuidado un petate de hule que portaba colgado del hombro.
Algunos miembros de la dotación le ayudaron a ascender a cubierta mientras otros compañeros se ocupaban de la labor de plegar la furtiva embarcación con celeridad y maestría. La actividad frenética desarrollada en cubierta se extendió durante no más de un par de minutos, al cabo de los cuales tanto el inesperado pasajero como los miembros de la tripulación desaparecieron en las entrañas del submarino que ya había iniciado la maniobra de inmersión.


Tras varias semanas de navegación el sumergible acabó por atracar en su base de la Rochelle, en La Pallice. Desde allí el misterioso correo y su aún más misteriosa carga partieron en un convoy fuertemente escoltado por efectivos de las Waffen S.S. (Schutzstaffeln) a cuyo frente se encontraba el obersturmbannführer Otto Skorzeny, apenas restablecido de las heridas sufridas en combate en el Frente Oriental.
El destino final de la columna no era otro que Wolfsschanze, la Guarida del Lobo, en Gireloz (Prusia Oriental). Más en concreto los aposentos privados del mismísimo führer.
El mayor de los secretos había rodeado en todo momento el desarrollo completo de la que había sido bautizada como Operación Geist (=Sombra).


Mas, ¿qué clase de objetos podían estar dotados de semejante importancia como para movilizar a tantos hombres? ¿A qué tantas precauciones durante el traslado de la extraña mercancía?
La respuesta a esta pregunta sólo la conocían cuatro hombres: el agente infiltrado, un oficial del S.D. (Sicherheitsdienst = servicio de seguridad); el máximo responsable del S.D., el S.S.-Obergruppenführer Reinhard Heydrich (Reichsprotektor de Bohemia y Moravia y director del R.S.H.A., el organismo dependientes de las S.S. que aglutinaba al S.D., la Gestapo y la Kripo); el Reichsführer-S.S. Heinrich Himmler (su superior) y, por supuesto, el propio Adolf Hitler.


El avance de los aliados sobre Alemania motivó que en el mes de noviembre del año 1944 la secreta mercancía fuera confinada junto con otras valiosas pertenencias del Tercer Reich en el interior de una mina de carbón en la Cuenca del Ruhr. Los encargados de su traslado, veteranos del Frente Oriental de la máxima confianza, y pertenecientes a un comando de las Waffen-S.S. que seguían órdenes directas de Himmler, desconocían por completo lo que contenía aquella anodina caja de madera en la que junto al emblema del águila aferrada a la esvástica figuraba grabada a fuego con caracteres góticos una única palabra: Geist.


Al término de la contienda se inició el proceso por el que Alemania fue dividida en cuatro zonas de ocupación: británica, francesa, americana y soviética.




Entre las ruinas de la Alemania devastada se tejieron intrigas de todo tipo que enfrentaron de forma sibilina en un preludio de la futura Guerra Fría a los hasta hacía poco aliados. Una de las operaciones más conocidas de cuantas se orquestaron durante esta época era la Operación Alsos. Aquella por medio de la cual los distintos países ganadores se ocuparon de rastrear el territorio conquistado en busca de los científicos nazis que habían estado trabajando en el proyecto atómico alemán.
Después de todo la guerra en el Pacífico aún no había finalizado.


Ya menos conocida era la Operación Alexandria (denominada así por la legendaria biblioteca de la antigüedad). Según un encargo directo y personal que el presidente Truman hizo a William J. Donovan (el director de la O.S.S., Office of Strategic Service) para los intereses de los Estados Unidos resultaba primordial la recuperación por cualquier medio de los bienes culturales expoliados por los nazis durante sus razzias por media Europa. Dada la importancia del cometido Donovan decidió delegar la supervisión de su desarrollo a su hombre de confianza en Berna, Allen Dulles.

A título anecdótico basta recordar que este hombre se convertiría en el año 1953 en el primer director civil de la C.I.A. durante la administración Eisenhower, dándose la casualidad de que su hermano mayor, John Foster, ocupó durante esa misma época el puesto de secretario de estado.


Una comitiva de coches que lucían distintivos del Ejército de los EE.UU., ocupados por agentes de la O.S.S. fuertemente armados, frenaron frente a la bocamina. Como parte de los infructuosos intentos de Himmler para pactar la rendición mediante contactos secretos mantenidos con las fuerzas aliadas a través del Jefe de la Cruz Roja Suiza, el conde Folke Bernadotte, el Reichsführer-S.S. había revelado el paradero exacto del escondrijo donde permanecía oculta la Caja Geist.
Allen Dulles, como buen profesional de la mascarada desarrollada entre bambalinas había tomado muy buena nota de la revelación formulada por el alto jerarca nazi.
Al día siguiente un avión militar de carga partió del aeropuerto de Tempelhof (Berlín).

El rumbo, desconocido.


Durante más de cincuenta años el secreto más absoluto envolvió tanto a la caja Geist como al contenido que cuidadosamente embalado reposaba en su interior.


Hasta hoy.



1 comentario:

G. K. Dexter dijo...

"-Las figuras del fuego, al igual que las figuras de las nubes -insistió Mr. Pond-, son lo bastante incompletas como para exigir que las complete nuestra imaginación. Aparte -agregó, atizando alegremente las llamas-, uno tiene la potestad de meter el atizador entre las brasas y hacerlas formar una figura diferente; en cambio, si uno metiera un gigantesco hierro en la pantalla porque no le gusta el rostro de la estrella de turno, acaecería toda suerte de incomodidades".

`Pond el Pantaleón´ (`Las Paradojas de Mr. Pond´), Gilbert Keith Chesterton.